Saturday, June 1, 2013

El tuerto y yo


(Azul Pérez)

Mi cuerpo arrumbado, perforado por la mística aleación del olor de las trufas salvajes de aquel invierno, retumbaba con el martirio de la desesperación del tuerto, que se encontraba justo a mi lado, tratando de salir de aquella fosa común. 
La muerte me había encontrado, mi cuerpo putrefacto estaba, y el iris azul del tuerto se fijaba en mi alma.
Más el ímpetu de querer salvar su vida, acaparó el oxígeno que restaba. Sometiéndolo a la condena eterna de los desamparados, aquellos, que persiguen el alma de los inocentes.
La noche obscura y el hielo en mis venas, el tuerto y la calumnia en uno solo.



En la agonía


(Azul Pérez)

En la agonía oigo las hojas caer
oigo los huesos tronar
oigo la traquea ronca de tu ingratitud
la fiera de la noche rondando por tu sombra inaudita

En la agonía oigo tu corazón latir lento y más lento
oigo el cristal romper sobre tu espalda
oigo el roce de tu alma con la almohada
el céfiro de la mirada triste penetrar el precipicio

En la agonía oigo fundir el hierro de la espada
oigo el sollozo vociferando piedad
oigo al sacre plisar tus arrugas
el vello de tu nuca golpeando las olas

En la agonía oigo las uñas rasgar la puerta
siento tus pesadillas cerca de mi cara
saboreo la amargura de tu infamia
huelo la ausencia de tu memoria
veo mi cuerpo seco temblar en el oscuro frió 
y después de todo ya no oigo nada



Escozor ofusco


(Azul Pérez)

Ella contemplaba desde su ventana como los pájaros negros salían de su habitación con la impotencia de su partida. Sólo su lágrima salina rozaba la tez fría blanquecina. El terciopelo color vino que recubría la pared carcomida ondeaba con el aleteo de las aves de luto. Otra lágrima caía y más aves salían, una de ellas la secó con el tacto de su ala. La infanta sólo la miró y le dijo:  Andad, salvaos, decidle a Ginevin que Paul ha partido a Málaga  e introdujo el mensaje. El ave se detuvo fijamente, parpadeó y un instante más tarde ya se había marchado.
Era la hora que Manuela Sanabria llevaría su alma a los cielos. Tomó la navaja, con el miedo en el pulso la introdujo en su piel. Las venas azules escandalosas saltaban huyendo de aquel filoso intruso pero poco a poco fueron cediendo hasta que el corrosivo mar rojo la ahogaba en la calma.
El silbido de su aura despertó a las criaturas nocturnas. El piso negro se elevó, mariposas de luto ahora volaban a su alrededor, unas con otras ciegamente se golpeaban hasta que encontraron la misma salida oportuna.